4.10.09

Ranitas y calzoncillos

Me gustaría manifestar mi rechazo y asco eterno a los anfíbios en general. No entiendo la dinámica de aquellos animales, ni la razón de que los testarudos insistieren en materializarse a menos de cien canchas de fútbol de mí.
No acepto protestas. Un sapo es la cosa más fea que existe. El poeta Quintana dijo que era un burgués rechoncho tras una parranda en la noche. No entiendo a la gente que dice que un sapo horrendo es un bichito que nos hace bien. No lo es, no lo es. Quien dice la tontería de que un sapo es bueno para mantener la fauna equilibrada debería mirarse en el espejo. ¿Será esa la verdad? Me imagino que sea util para una fauna, en determinada parte. Pero para mí no lo es. Mi casa no tiene charcos, plaga de polillas, cucarachas de un metro de largo, colmenas gigantes e infelizmente, tampoco tiene culebras para devorar los sapos. Cuando, por casualidad, nos molestan los insectos, le agradecemos a Dios que ya exista el Baigon, el Protex, las culebritas de prender fuego y, recientemente, algunas galletitas Chernobyl que mi prima rusa me trajo, cuyo olor genera cancer y una debacle genética en todos los insectos de tu casa.
Sin embargo, existe una cosa aún peor que un sapo, que, en general, se va después de unas pipas en la boca y tras echarle unos cuantos kilos de sal. Y para quien se sienta herido en su consciencia ambiental, les aviso que es mejor que no siga leyendo este texto, y no me digan que debería haberles avisado a ustedes desde antes. El texto es mío y les aviso cuando me de la gana.
Bueno, suelo lavar mis calzoncillos y estirarlos en el baño a secar, no importa la razón, mis hábitos higiénicos no serán discutidos. Al día siguiente, antes del baño, les echo un vistazo, tú sabes, a ver si ya se secaron, si tienen buen olor o están arrugados, etc. También me gusta acariciarlos, sentirles la textura, esas cosas. En fin, es una cuestión de estilo.
Y andaba en esto, en mi sacro ritual, con mi calzoncillo cerquita de la nariz, erótico, besándolo, cuando algo profano se mueve allá adentro y se cae al piso, ante todo mi horror.
Me muero, me muero, me muero.
Era una ranita. Me atonté con el acontecimiento, para entonces inédito en mi vida. ¡Mamá, besé una ranita! Estaba dentro de mi calzoncillo, ¡mamá! Cómo le extraño, y yo aquí, ¡hablándole a las paredes! ¿Cómo así, irónico? No me dio risa, no sea sarcástica. Por Dios, es frío, parece hielo, ¿no habrá venido de la Patagónia? Quisiera yo, Patagónia, allá no me encontré siquiera un sapito y mire que son muy felices, no hay ningún mosquito. ¿Cómo así, un calzoncillo va en el tendedero? Pues los míos los tengo en el bãno, ¡lejos de tanta maldad! Un día los puse allá afuera e hizo un viento, pero un viento, que mis calzoncillos caeran cerca de la cédula de identificación de Gilcilene Cazanueva, pobre Gil, tendrá que sacarse un duplicado, no la devolví, soy un monstruo, tiranosauro, ¡le prendí fuego anoche! De hecho, fue la primera mujer en entrar a mi calzoncillo, no, mamá, usted no entendió la metáfora. Ya lo sé, no valgo nada, le prometo mejorar, hacerme hombre.Pero no es solamente eso, mamá. También había lombrices voladoras en las baldosas de mi departamento, el tercer piso estaba lleno de lombrices, nadie me podrá creer, pero así era, no pondré mis calzoncillos al aire libre jamás en mi vida.
Y ahora, qué hago, hay un ser horrendo cerca de mí, creo que voy a poner el inmueble a la venta, ¡y todavía no he pagado ni la hipoteca!
-Mátala.
¡ ¿No, se ha vuelto loca?! Esos bichitos tienen alma, la abuela Semy decía, con mucha sabiduría, que si alguien mata una ranita se volverá ranita en la próxima encarnación. No la mataré.
-Toma un poco de papel higiénico...
Ni con un rollo de ochocientos veinticinco metros. Es del ejército ruso, muy roja, seguro tiene un cañón de leche apuntando hacia mí. Apenas me acerque y Stalingrado volverá. ¿Mamá? La ranita saltó libremente hacia el living, se está alargando el imperio, ¡que hija de puta!
-A lo mejor es czarista. Pronto llegará a Manchuria y no fuiste a dormir aún.
Tiene razón, paciencia y triunfarás, me tranquilizaré, no puede estar tan mal así. Es un asco, es repugnante, es Bette Davis, pero vas a derrotarla. Listo, mamá, me puse la toalla, por lo menos voy a pelear de manera decente, no quiero entrar desnudo a la historia; nadie va a acordarse de Gianecchini en un par de años, tampoco de Paulo Coelho, perdóneme, sólo quise satirizar, ese monstruo. Vuelva aquí, Dostovieskyna, sé que eres tú. No, no brincarás en el pantalón recién planchado. Listo, me da igual, tampoco me gustaba. No, ni se te ocurra alcanzar el mocasín de charol, ¡ni la copia de la Mujer Desnuda de Picaso que compré por equivocación en Irán! Y ahora ella avanza en dos zancadas hacia el cajón, no tendré más ropa, no se me cruza por la cabeza lavarlas, estarán infectadas de por vida. ¿Lejía limpia, mamá? No, mancha, debía saberlo. Alcohol limpia, hey, ¡limpia, quema, desgarra!

-¡No vayas a prender fuego en el departamento, chico!

Lo haré. ¡Pero no tengo alcohol aquí! y ella avanza, anfibio de mierda, se va hacia mis ultimas gotitas de Chanel 5, ¡no! Espérame, ahora te voy a pegar, tú lo pediste, tú lo tendrás. Sí, soy malo. Me volví un gato, me acerqué, la aceché en puntillas, para no accionar las trampas rusas que seguro tenía consigo en las patas, y la tiré.
-Que cobarde eres... no te costaba tirarla hacia afuera.

Está equivocada, mamá. Al comienzo ella se inmovilizó, mirándome por el rabillo del ojo, ojalá se ciegue. Tres rociadas y ella se sentiría en París, ¡ay, ay le gusto a alguien! Y yo que pensé que no le gustaba a nadie, mira tú, ¡qué olor! ¡Mercy, mercy! Y se fue, desesperada puerta afuera, con la espalda quemándose de placer, te incendiarás toda cuando toques un cigarrillo, tres pisos abajo, deseé desde mi alma.
Mira má, le gané. No me lo puedo creer, si no fuera por usted, ¿qué haría yo? No, no me he vuelto loco, usted está aqui, ahorita estuvo, ¿le parece que iba a pelear con aquél dragón? Listo, volví al baño, abri la puerta, me muero. Hola, escoria de Darwin. Tú has vuelto. Sí, mamá, hay otra. El mundo se va a acabar en ranitas y listo, no se puede hacer nada. Ay, Millôr, estoy de acuerdo, movimiento femenista sólo en comics y ranitas en el charco, agreguemos, por favor. La fuerza no me alcanza para tanto, mamá, ¿dónde está que ya no le escucho?

Sin embargo, la ranita estaba muy tranquila, a lo mejor sea una mina, pensé. Ya no tengo más vocabulario, se me agotó, le tiré un pusilánime y pronto no tendría ni para fea, tonta, pesada. Me cuesta encontrar palabras para todo. De niño, me gustaba ponerle nombre a las cosas, ¿se acuerda? Mi monito era tan chiquito, medio bruto, pero se perdona todo. Cuando se zambullió en la olla de grasa caliente no fue un accidente, mamá, no fue. Estaba huyendo de mí, el diablo de los animales, pues me había mordido el dedo y corrí tras él para vengarme, siempre he sido malo, pobre Lucio Flavio. A mí me gustaba más Mauricio Cavalcante, el perro de la vecina. Se veía tan lindo, saltaba incluso el muro de mi casa, mire, casi un gato.
Le gustaba a él, me lamía todo, siempre me gustó alimentar los bichos, darles cariño y todo, si son de los otros, mejor. Los míos era más feos, medio callejeros, ah, Nelson Rodrigues.
No, no se lo he dicho, pero les giré a un nido de gatos en un morral hasta que se cagaran todos. Me costaba reconocerlos, diferenciarlos, eran todos muy parecidos, tengo muchísimo prejuicio, ¿dónde se ha visto una sociedad así? Salieran en la mierda, pilongos, y salí yo también, a buscar ciénaga para echarles arriba, pobrecitos, para quitarles el mal olor. ¿Se acuerda de la lupa de papá? Era mi verdugo en Antchwitz, mi campo de concentración de hormigas hebraicas o demasiado revolucionarias, usted sabe, aquellas que encontramos al frente de la universidad, escuchando rock muy fuerte, ¿se acuerda? Las mataba a todas, les arrancaba las piernas una a una y después les dejaba la cabeza; pero primero les tostaba el cuerpito, ni pataleaban, jaja. No, mamá, no tengo nada en contra el rock , la verdad es que me da igual. Usted sabe, es una referencia medio tonta, principalmente cuando no se entiende lo que nos dicen. Siempre he preferido Marisa Monte, João Gilberto, Ney, Clara Nunes. Hoy día me gusta Mercedes Sosa, Soledad Pastoruti, Aymama, pero porque ya entiendo el español. El hecho de escuchar rock se ha hecho simnónimo para uno dejarse crecer el pelo y ponerse aquellas remeras horrendas de Nirvana, hasta las rodillas. Y esto cuando no se tiñen el pelo de verde-naranja-terror y parecen aquél monstruo de Hopi Hari, que necesita urgente una hidratación. No, nadie se acuerda de Woodstok, ¿usted se ha vuelto loca? Si les pregunta dirán que son papas fritas, o entonces una plaza abandonada, como usted es anticuada, mamá; me falta decir que también le parece cursi el rock.
Nada en contra de los clásicos. No, no hay problema que a usted le guste Machado de Assis, pero cuando alguien me dice que el mejor libro que ha leído es Memórias Póstumas de Brás Cubas me dan ganas de tirarme a la Laguna de los Patos. Que cosa fácil, que les guste Machado, yo lo amo, pero no cualquiera se lleva ese derecho; por ahí ni lo leyó, y si lo leyó no significa que lo entendió, como es pop, les cuesta poco citar algunas cosas. Sí, muchos conocen a Fernando Sabino, gracias a Dios, apenas me entero y voy marcando cita con quien me habla de él. Soy muy facil, usted sabe, de aquellos que sólo dicen sí, ay, esa carencia.
¡Cómo extraño al pan de queso, el olorcito a la mañana del domingo! Cuando me despertaba y no le daba un beso, cuando nuestro amor se resumía en un canje tácito de gestos, de bandeja caliente sobre la mesa, de buen día con la mirada, una felicidad sin risa. A lo mejor usted ya le había pegado con una escoba a esta desgraciada, o la hubiera tomado con la mano, perdóneme, pero usted solía hacer unas cosas asquerosas. Nunca entendí como se le ocurría ponerle la mano a la carne, era una cosa muerta, mamá, Dios, y tampoco como lavaba los baños, qué horror, el inodoro. Como era de dificil ser mi mamá, como era de rico ser tan insoportable para usted.
El demonio todavía me miraba. Yo de toalla, en el baño. A mí me gusta que salten a mi pecho, pero si se te ocurre hacerlo, tengo un enfarte, inmoral. Calzoncillos en el baño nunca más, pensé, siempre tiene la razón, mi mamá. Pero ya me sentía tan tranquilo que no le rocié perfume, ni corrí tras ella, ni le grité: ella se dio media vuelta y, aunque a regañadientes, se fue por una grieta en la ventana.

1 comentario:

Unknown dijo...

Manera sencilla de odiar las cosas en muchas lenguas. No me gustan los sapos, las personas que se parecen con sapos y las cosas feas en general. Casi me muero para truducirles el texto, si está mal, perdóname. Y ayúdame a sacarme una beca de investigación que ya no aguanto más.